No quiero que me toques nunca más-, me dijiste. Y me puse a quemar buzones y cabinas, a insultar a la gente como un perro, a buscar bronca, y, cuando ya amanecía, conduje haciendo eses por la autopista en un buga robado del color de la sangre.
Quedan pocos kilómetros para la siguiente salida. Deja la autopista. Aparca el coche y busca una carretera tranquila. La próxima parada no està lejos, elije el primero que pase, sea del color que sea, pero elije bien, hazlo porque aún estás a tiempo.
No sabía que hacer. Me detuve primero en un área de servicio a comprar una botella de whisky y algo de comer. Después busque una carretera secundaria. Conduje hasta que anocheció, busque un sitio apartado y enterré su cadáver. No llevaba dinero, sólo la foto de una mujer morena de ojos grandes y negros y mirada desafiante. Supuse que sería su mujer y decidí ir a buscarla.
Cuando en la cafetería alguien me miraba por encima del periódico o sorprendía a alguien observándome mientras compraba, no podía dejar de ponerme nervioso. Entonces pagaba lo que fuera y salía a toda prisa. El corazón me latía con fuerza durante un buen rato. Sólo después de conducir unos kilómetros y comprobar que nadie me seguía me volvía a relajar. Miraba otra vez su foto, su cara, sus ojos. Pronto sería mía.
Era un pueblo pequeño, apenas unas pocas casas a cada lado de la carretera. Dormí un rato en el coche. Hasta el alba. De noche todos somos sospechosos. La encontré en su cama. Un ventilador con las aspas de madera giraba en el techo. Sólo llevaba un camisón de raso. Me acerqué un poco más. Podía olerla. Le tapé la boca y abrió los ojos. Negros. Enormes.
Ven conmigo. Deja atrás toda esta mierda. Tu vida te asquea, tu marido, tu trabajo, vivir en este agujero. No te prometo nada. Sólo puedo decirte que por una jodida vez vas a ser libre.